Fines de un sexenio / Alebrijes en Cuadratines
Adrián Chavarría Espinosa /
Aunque formalmente el sexenio de Andrés Manuel López Obrador tendrá una duración de dos meses menos en comparación a sus antecesores, la realidad es que no solo empezó a ejercer el poder desde antes de asumir formalmente la presidencia de la república, sino que además lo mantendrá y exprimirá hasta el último día de administración.
Sucede que hasta 2018 el cambio de titular del Poder Ejecutivo Federal se realizaba el 1° de diciembre, pero a partir de 2024 será el 1° de octubre, pero López Obrador empezó a actuar tras haber sido declarado oficialmente como presidente electo. No se conformó con solo anunciar anticipadamente a los integrantes de su gabinete, entre otras cosas organizó una consulta “patito” para cancelar la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México.
Además, el entonces presidente Enrique Peña Nieto se marginó de las actividades políticas y le permitió al tabasqueño empezar a meter mano y marcar prioridades en la agenda política cotidiana con sus conferencias de prensa diarias en la casa de transición, por lo que cuando recibió la banda presidencial ya tenía bajo su control bastantes hilos de la vida nacional.
Pero, también en contra de lo acostumbrado en transiciones anteriores, cuando el presidente saliente empezaba a declinar, dedicándose a terminar sus pendientes y a concluir obras y programas, López Obrador se ha mostrado activo, como si se mantuviera en el clímax de su mandato, incluso no solo estuvo pendiente y alentando la aprobación del llamado plan “C” legislativo, también la semana pasada envío un par de iniciativas que, por supuesto, serán debatidas y aprobadas hasta las próximas semanas.
Como parte de su despedida, siempre acompañado de Claudia Sheinbaum, la presidenta electa, realizó giras de trabajo por todo el país, donde gozó con las manifestaciones de aprecio y aplausos de sus seguidores, incluso muchos le pedían que “no se fuera”, a lo cual él, con una gran sonrisa les respondía y reiteraba que a partir de octubre se retirará a su rancho en Palenque, Chiapas, para aislarse del munido y dedicarse a escribir libros.
Conociendo al presidente, aunque diga una cosa es sabido que hace lo contrario, como cuando era jefe de gobierno capitalino y reiteraba que lo dieran por muerto en la competencia presidencial y se postuló en tres ocasiones, hasta por fin ganar en 2018, o cuando se comprometió a regresar a los cuarteles al personal militar y, en cambio, les dio más fuerza, relevancia y responsabilidades, o prometió la autosuficiencia energética, lo cual nunca cumplió.
Entonces, con estos ejemplos se podría anticipar que López Obrador va a seguir involucrado en la política nacional, probablemente no en forma directa sino a través de su hijo, Andrés Manuel López Beltrán, quien resultó electo como secretario de organización del Comité Ejecutivo Nacional de Morena, para que transmita sus “observaciones” y “recomendaciones”.
Por otra parte, en un balance de su gestión probablemente hubo cosas positivas, tales como haber sacado a nueve millones de personas de la pobreza, casi triplicar el salario mínimo sin alentar la inflación, mantener cierta estabilidad económica durante seis años y concretar la renovación del Tratado Comercial México-Estados Unidos-Canadá (TMEC), pero todo ello queda minimizado ante sus aspectos negativos o acciones inconclusas.
Entre los puntos negativos se cuenta su incumplimiento de bajar la gasolina a diez pesos el litro, justificándose al argumentar que los aumentos estuvieron por debajo de la inflación; prometió terminar con el huachicol y esta actividad se mantiene en forma constante; destruyó el sistema educativo nacional e impulsó una enseñanza doctrinaria; también falló en su compromiso de apoyar a los migrantes, entre otros aspectos.
Sus fallas más relevantes fueron en economía, donde incumplió con el crecimiento anual del 6%: mantuvo un superpeso ficticio que cayó cuando impulsó las reformas al Poder Judicial; en materia de salud destruyó al seguro popular, creó un fracasado Instituto de Salud para el Bienestar, y de última hora lo sustituyó por el IMSS Bienestar, que tardará en dar resultados, además de crear una superfarmacia que no resolvió el problema del desabasto de medicinas.
Lo más grave en el sexenio fue el asunto de la violencia e inseguridad, donde bajo el argumento de “abrazos, no balazos”, permitió el crecimiento del crimen organizado y los diferentes cárteles no solo se expandieron territorialmente, además ampliaron su campo de acción al cobro de derecho de piso y la extorsión, siendo el ejemplo más contundente lo sucedido en Culiacán, Sinaloa, donde los criminales son quienes imponen sus condiciones.
En resumen, fue un sexenio donde el presidente concentró en su persona no solo todo el poder, además impuso sus ocurrencias, sin aceptar otros puntos de vista ni que se le contradijera, ya que eso representaría ser marginado y expulsado del paraíso morenista.
En fin, en poco menos de una semana López Obrador termina con su administración, pero a pesar de lo que se diga, en favor o en contra, será el juicio de la historia –no la oficial–, quien emita el veredicto para calificar su gestión. Solo resta esperar a que veamos cómo inicia el sexenio de Claudia Sheinbaum. Ojalá sea mejor.